La emoción primaria

octubre 21, 2015






Hoy sentí miedo. Miedo por todo, pero miedo de verdad, y no ese superficial que uno se atreve a expresar a veces con alguna frase corta que queda suelta en el silencio. Esta vez lo sentí oscuro, turbio, preocupante. Lo sentí genuino, palpitando adentro como una señal de alarma y muchas ganas de gritar. De salir corriendo, no sé bien a dónde, pero hacerlo. No sé si fueron instantes de auténtica lucidez, o fue un sentimiento puramente visceral. Sea cual sea el caso -ambos extremos- el punto es que lo sentí.

Sentí miedo por el futuro, y no sólo por el mío. Pensé en mi familia, en mis amigos, en conocidos, y en todas las miles de personas que todavía no conozco pero que sé que están ahí, y que probablemente sientan tanto miedo como yo. Quizás estén igual de alarmados, o peor, porque entre esos miles habrá quienes no ignoran como yo la realidad de lo que ocurre.

A fin de cuentas, tampoco importan los detalles, porque está ocurriendo. Quieras o no quieras verlo, quiera o no quiera yo, todos. Y en esa ceguera y las contradicciones, en esa discusión que siempre termina en quién tiene el palo más largo y en temas banales que se desligan de lo central, de lo realmente importante, es ahí donde nos perdemos. Y peor, donde nos dividimos. Entonces estamos perdidos y divididos, chocándonos entre nosotros como ganado asustado. Y aunque esa frase que nos venden ahora en búsqueda de empatía no es más que otra estrategia, es cierto.

Ahora parece que o es blanco o es negro, o es el cielo o el infierno. Dejamos que nos convencieran de que cuestionar está mal, entonces nos tragamos el discurso ya elaborado, masticado. Lo consumimos como si fuera la verdad suprema. Nuestra capacidad para valernos por nosotros mismos, para luchar por la justicia, por los compañeros, por nuestros propios valores, se vio nublada por un individualismo colectivo. Es matar o morir. Aplastar cabezas para alcanzar el éxito. Ignorar al de al lado, como si estuviéramos sumergidos en una burbuja de cristal, manteniéndonos exentos de todo lo que ocurre afuera.

Estamos envueltos en un entramado de circunstancias, atadas a la causa y el efecto, a un círculo vicioso que se enreda más y más y termina actuando como una tela de arañas. Las cosas que ocurren, no ocurren porque sí, sino que están profundamente relacionadas a hechos anteriores, y lo estarán a hechos posteriores. Es un error creer que la violencia no tiene nada que ver con la educación, que la educación no tiene que ver con el sistema. Es un error creer que el fuego se combate con el fuego. La gente actúa por mano propia porque sabe que la justicia es un chiste. La muerte es entretenimiento barato, el alimento de nuestro morbo insaciable. En algún canal están hablando de cuántos romances tuvo Fulano, mientras Mengano duerme abajo, tapado por un trapo sucio casi en la puerta del edificio en el que vivo. Es un error creer que lo que sucede no nos toca, que no estamos involucrados, que podemos mantenernos al margen. Somos parte de esto.

Hoy sentí miedo porque parece que la historia se repite. Que nos colgamos carteles al cuello con la leyenda "nunca más", "ni una menos", "justicia", pero punto y aparte tenemos memoria de pez. No basta con un cartel, no basta con un me gusta en Facebook, con una queja en Twitter, y no bastará para mí con este texto. Hace falta saber de nuestra historia, ser plenamente capaces de reconocer los horrores por los que han pasado generaciones previas y las marcas que esos horrores causaron. Saber que esas marcas todavía sangran. Hace falta darnos cuenta de que no es necesario que nos apunten con un arma en la cabeza para atentar contra nuestra integridad.

Hace falta hacernos más preguntas; qué está bien y qué está mal, si hay una verdad, por qué consumimos lo que consumimos, por qué nos gusta lo que nos gusta, qué es una construcción social preestablecida y qué no. Hace falta prestar atención a los discursos con los que nos acribillan constantemente, no caer en la equivocación de pensar que nos da igual. Hace falta percatarnos de que lo que hacemos es importante, de que nuestra voz y nuestro voto sí cuenta, de que somos nosotros los que estamos construyendo nuestro propio camino, que ése camino no está ni debe estar dictado por los poderosos. Porque hacer política no involucra sólo a la parte partidaria, porque cuando salimos a reclamar lo que nos corresponde, a denunciar la injusticia, estamos militando. Hace falta dejar de perseguir los estereotipos y dejar de castigar al que busca un modo de vida diferente. Hace falta abandonar ese fetiche de alimentarse de la vida del otro, esperando con hambre el más mínimo error para defenestrarlo con un juicio que no nos corresponde hacer.  Hace falta dejar de condenarnos por nuestras raíces. Hace falta conocer conceptos, no hablar porque sí. Porque así se generan confusiones y se degeneran las luchas, y lo que inició como algo íntegro y honesto se convierte en una fórmula prostituida. Hace falta estudiar, y estudiarnos, ser introspectivos y auto-críticos. Dejar el esnobismo fanático a un lado, compartir el arte y no transformarlo en otra forma de élite.


Hoy sentí miedo porque me di cuenta de que, en este laberinto en el que nos metimos, dejamos de confiar en nosotros mismos, en nuestras propias convicciones. Perdimos de vista nuestros principios y la concepción de la moral como regidora de nuestros actos. Sentí miedo porque empezamos a subestimarnos, porque peleamos en vez de debatir y aprender del otro. Porque no estamos seguros de nada de lo que creemos que sabemos, porque peleamos por pelear. Porque tenemos interiorizado que la única manera de funcionar es a los gritos, a los golpes, a los fraudes. Porque no sabemos qué hacer y damos manotazos de ahogado para posponer el verdadero cambio, porque hay que actuar rápido. Porque se nos viene el agua encima, y lo sabemos.


Sentí miedo. Sí. Pero alguna vez me dijeron que lo importante es no paralizarse, que el miedo es una señal de alerta del cuerpo para manifestar que puede haber una amenaza cerca. El primer paso es hacer preguntas. Las cartas todavía no están echadas. Tenemos las herramientas para conseguir lo que necesitamos y que estamos buscando casi de manera desesperada. Pero es necesario ser cautos, hacer la jugada de manera inteligente, analizando opciones, no dejando cabos sin atar. Es la clave aprender de nuestros errores, y reparar en que ya cometimos demasiados y que hay bastantes heridas por sanar como para continuar ignorando lo que sucede. Hay demasiado por hacer, como para dejar nuestro destino a la suerte.















¿Querés leer más?

0 están opinando

Subscribe