Con un susurro aburrido le confesó que se irÃa alguna vez. Que su vida no estaba allÃ, que no podÃa permitirse esperar más. Que los dÃas se agotan y el cuerpo comienza a notarlo, que prefiere morir antes que no reconocerse frente al espejo. Y que si va a morir entonces quiere verlo todo, y que aunque ha disfrutado a su lado no ha visto nada. Pasó con dulzura su mano por las orejas y lo tocó con más aires de madre que de amante. No habÃa fuego ya por apagar. Le pidió que no estuviera triste, que recompusiera las partes de su vida que habÃa dejado perdidas por ahÃ. Todos necesitamos tener el corazón roto alguna vez, le dijo, y también debemos quebrar uno. Le rogó que no la esperase, pues probablemente no quisiera volver. No me ates a tu soledad ni a tu angustia, lo reprendió.
Quiero ser libre, le dijo, y vos también.