No me dan miedo tus colores. Si estoy aquà todavÃa es porque puedo contra ello, porque considero que no hay nada más real, ni tan mágico. No me dan miedo tus silencios ni tus pausas. Sé que dudás, a veces más de la cuenta. No me dan miedo tus laberintos porque sé que sos capaz de encontrarte. Al menos sé que vas a intentarlo las veces que sea necesario.
No tengo complejos acá, quizás sà un montón de intrigas. Algunas de esas que repican en la cabeza con insistencia, con furia. Otras, son más calmas. No cuestionan tanto, sino que se atreven a dejar ser. No me da miedo dejarte ser porque asà es como me gusta verte. Nunca me sentà tan ajena, ni tan cercana sin sentir un ápice de intranquilidad. Por muy lejos o segura de absolutamente nada que esté, ver a alguien ser en su proceso de ser nadie y todo al mismo tiempo es un privilegio. Compartir en silencio, casi como un acuerdo tácito, la caminata errática. Sin juicios ni sermones, solo estando. A veces, de manera intermitente.
No me asusta la torpeza, la insatisfacción. Estoy convencida de que eso siempre llevará a algún lado, o nos dará la sensación -el consuelo- de que no estamos tropezando en vano. No ser complaciente, ni complacido, es signo de cierta cordura. Puede confundirse, o hasta fundirse sutilmente, con la pedanterÃa. Incluso con la insensatez. No me da miedo tu insensatez, ni la mÃa. No será nunca tan absurda para mà como el creerse pleno en un mar de nada. No me asusta la distancia, tu distancia, porque sé que vas a volver a buscarme, o yo volveré a buscarte, tarde o temprano. Para volver a caminar callados, a estar muy cerca,
también muy lejos.