SabÃa quizás que llegarÃa el dÃa de lamerme las heridas. De purgar mi espÃritu desconcertado, sangrar las micropartÃculas de ese dolor anciano, de alguna manera condenatorio, al que le permità convencerme de que estaba irrevocablemente curtida en materia de la vida.
SabÃa. Anhelaba con un fuego en la garganta darme cuenta de que los años no están perdidos aunque yo lo esté. Esperaba que alguien me dijera que volverÃa a encontrarme, y dejarÃa de sentir esa encarnizada aversión al interior de mi piel. Como si mi piel ya no fuera mÃa, como si yo misma estuviera escapando de mi verdad.
Y en efecto lo hacÃa. Y por eso no tengo hoy la desverguenza de atribuirle la culpa de mis infortunios a un tercero; porque son mÃos, al igual que mi historia.
SabÃa que algún dÃa aceptarÃa los embrollos sin buscar explicaciones. Que atesorarÃa la fortuna de haber sobrevivido, no al pasado ni a los otros, sino a mÃ. Porque cómo uno se resiste y se subleva ante ese clon enfermo, resentido y macabro, que es la sombra de lo que pudo haber sido, y que chamusca las esperanzas de dejarlo atrás. Ese reflejo ante el cual siempre cerramos los ojos, porque es mejor no verlo ni sentirle el aliento mientras escupe verdades de antes, confesiones rancias sobre los deseos que no llegamos a cumplir. Cómo se le dice que no, y se le da la espalda, y se lo perdona pero en serio, porque hay que curarlo como a un niño huérfano del vacÃo que lo llena.
Y cómo se le ayuda a ese clon, a ese niño, a esa sombra, a perdonar.
SabÃa que algún dÃa podrÃa perdonarlo. Y ya no correrÃa carreras para ver quién es más rápido a la hora de reaccionar, ni me morderÃa las uñas o me despellejarÃa los labios aguardando a su borrascosa aparición.
SabÃa que podrÃa desmentirme; cumplir ese pacto tácito que hice alguna vez en una rabieta de domingo, y desenfundarÃa mis mejores armas. Que descompondrÃa esas visiones novelescas con las que pensé que tenÃa algo en común, y tirarÃa por la borda los retratos de esos rostros fantasmales, memorias, miradas en pretérito, que ya nada significan para mÃ.
SabÃa que me completarÃa en un acto de amor, en mi propia carne y sentidos, y abandonarÃa la espera de alguien que me salvara.
SabÃa, quizás, durante esos años turbulentos y después, que quien soy es quien he sido siempre y quien seré, salvándome yo sola, porque los prÃncipes y princesas son de cuento y hasta donde yo sé, a mà me corre sangre roja por las venas.