Misiva de adiós o hasta luego

octubre 09, 2015


Algún día de algún mes, de algún año en el tiempo


No sé exactamente a qué hora estarás leyendo esto. Quizás cuando lo hagas yo ya estaré muy lejos, o quizás siga todavía aquí. Tampoco sé qué estás esperando encontrarte o qué esperás saber, qué respuestas querés o si te interesa siquiera, aunque sé que sí, que una parte de vos quiere saber cuáles son esos secretos que no le cuento a nadie, mis misterios, esas cosas que solamente vos considerás misterios pero que en realidad no son más que trozos de mí, pequeños pedazos de ser, de un ser común, cotidiano y aburrido. Escribo esta carta porque los dos sabemos que no se me da muy bien expresarme en voz alta, que empiezo a divagar y me termino perdiendo entre pensamientos absurdos y lo que realmente estoy intentando decir. No sé qué hora es pero sé que es tarde, tarde para muchas cosas tal vez. Sé que no te gusta pensar en el tiempo ni arrepentirte, pero no voy a mentirte, yo lo hago algunas veces. Suelo extraviarme entre muchos recuerdos y después ya no sé cómo volver, no sé cómo volver a vos, a mí, a todo lo que me resigné a renunciar a la fuerza. Quiero que entiendas que tu realidad no tiene por qué ser como la mía, ni la mía como la tuya. Vivimos diferente, sentimos diferente. A vos te gusta sentir momentáneamente, como si se tratara de un único momento, y te conformás con ello, te gusta creer que eso es todo lo feliz que vas a poder ser. A mí me gusta perseguir la ilusión de que hay más, porque hay más, yo sé que es así, por eso estoy en una búsqueda constante que vos no entendés, y yo entiendo que no lo entiendas, pero no me juzgues, por favor, no lo hagas más. Vos sabés cómo siento yo, no intentes cambiarlo. Muchas veces creí que somos de dos mundos diferentes, como si fuéramos dos seres de distintos planetas que se encontraron por alguna razón, para resolver antigüos conflictos, asuntos pendientes, como dice Mabel cuando se pone esotérica. De todas maneras, entendí que todas esas cosas que no puedo comprender y contra las que alguna vez intenté luchar fervientemente son las que más me gustan de vos. Ahora noto cómo nos confundimos más de una vez, no sólo vos o yo, sino todos. Cómo tergiversamos sentimientos y nos recriminamos el sentirnos de un modo determinado, como si estuviera mal que ciertas cosas nos atraigan, como si estuviera mal querer algo desconocido, distinto y opuesto a nosotros. Como si nos sintiéramos culpables por ello. Qué prejuiciosos y qué idiotas podemos ser, tratando de elegir qué cosas pueden gustarnos, quiénes nos pueden mover el alma. Y perdemos el tiempo y nos volvemos estúpidos, obsesivos, paranoicos, y después ya es tarde, como te dije antes. Ahí vienen las culpas, los arrepentimientos, y ponemos la responsabilidad en el otro por no haber sido como queríamos o esperábamos, por no haber llenado esas expectativas mugrientas de las que nos alimentábamos. Y parece que estaba frente a nuestros ojos, como cuando tus amigos dicen algo y parece que todos lo hubieran sabido con anticipación, mucho antes que vos. Y te quedás con ese sabor, esa duda amarga, porque te convencés de que entonces las decisiones tomadas estuvieron bien, pero una voz insistente adentro tuyo se mantiene cuestionándote y empecinada en que imagines la otra opción, esa que no elegiste aunque sabés que es lo que querías, con todas tus ganas, desde muy adentro, con las entrañas encendidas, y aun así lo negaste, lo ocultaste y lo enterraste obstinadamente.


No hagas eso. Todo eso, esas mentiras, el auto-engaño, no lo hagas, no sirve. Lo que quieras tapar va a salir a la luz algún día y te va a quemar la piel. Alguna vez me dijeron que lo más importante es mantenerse fiel a uno mismo, y es verdad. Y lo cierto es que yo lo aprendí muy tarde, ya es muy tarde para mí y por eso te escribo esto, no porque quiera cargarte con mis culpas sino porque quiero que aprendas de ellas. Sé que después de esta carta te vas a enojar y vas a decir que soy alguien cobarde, que está huyendo y que se va dejando palabras escritas en un trozo de papel. Probablemente tengas razón, pero de todos modos, leé con atención estos párrafos. Sé que lo vas a hacer, porque aunque pretendas fingir también sé que estas cosas te importan.


Por favor, recordale a Mabel que le dé de comer al gato, no quiero que te encuentres otra vez con un bicho muerto de hambre en el patio o en la cocina. Y no me odies, no te resientas conmigo.


Los tiempos solos con uno mismo ayudan, la soledad no es mala como todos dicen, la soledad te enseña; te castiga un poco al principio y te da un par de bofetadas, pero es sólo para que reacciones, no es mala. Después te das cuenta de cómo son las cosas y de lo mucho que te ha servido hablar con vos y para tus adentros, investigar en los sitios más recónditos de tu ser, de tus rincones. De tus misterios, como los llamás vos. No tengo misterios, en serio, pero vos sí, buscalos y descifralos, vas a ver cómo todo cambia cuando aprendés a escucharte y a saber más de vos. Ahí es cuando podés volver a querer sin esas culpas que te mencioné antes, cuando te permitís sentir sin que la mente se oponga ni te provoque esas contradicciones venenosas que te confunden como me confundieron a mí.


Puedo ver bien, ahora, pero eso también tiene su precio, porque puedo descubrir todas esas cosas que antes no y se gestan nuevas disputas. Cuando se pasa un buen tiempo con los ojos cegados, luego sin esa venda uno se siente un poco desnudo, desnudo y herido, vulnerable. Vulnerable. Frágil. Eso está bien, de todas formas. Ahora siento con tanta ferocidad que no puedo negarlo ni ocultarlo ni enterrarlo, y muchos se pasan la vida evitando que eso suceda sin saber todo lo que se están perdiendo. No seas uno de esos muchos, por favor.


La vida es un laberinto de búsquedas e interrogantes permanentes, porque algunas nunca se van ni se acaban, hay preguntas que se van a la tumba sin ser respondidas y lágrimas que se pierden y se esconden sin ser lloradas, pero no te vayas dejando palabras sin decir, no te vayas sin querer ni sin sentir, no te vayas sin haber buscado todas las respuestas aunque al final no vayas a tenerlas. No te vayas sin haber exprimido cada centímetro de tu alma, sin haberte prestado a la inequívoca experiencia de vivir, sin haberte deshecho de ese conformismo que te atrapa y te retiene.


No lo hagas.


Al final uno agradece el hecho de haber cometido ciertos errores, pero no el hecho de no haberse atrevido a cometerlos.


Posdata: De verdad, recordale a Mabel que tiene que alimentar al gato.


¿Querés leer más?

0 están opinando

Subscribe