Formalidades de redención

septiembre 02, 2016

   
  


          

Para subyugar las culpas y los disturbios a las pruebas me remito. Y aunque este atardecer conflictuado me atrape otra vez divagando en los suburbios de tu recuerdo, no miento. No pude todavía expiar la culpa de este agravio, sutil, farsante agravio de cenicienta. Las doce campanadas ya sonaron hace mucho. Y ante la imposibilidad para responder cualquier pregunta sólo puedo resumir mi monólogo, que se debate entre lo bronco y lo sumiso, en una sola verdad. Colmada de verbos más que de sentido, pero es la única que tengo para dar. La exhaustiva búsqueda que emprendí sin orden, casi sin motivos, acaba aquí. Tan confusa y ardiente como empezó, pero esta vez resignada. La distancia se mide por el tiempo, dijo alguna vez El Poeta y firmo aquí mi acuerdo con su declaración. Quise llevarme a la rastra al cuchutril de lo negado estas letras de las patas, de los pelos, de los labios. Me jacto de no haber sido la única, en este mundo atolondrado, en haber intentado esconder algún secreto. Pero aunque pensé que los secretos dejan de serlo cuando se dicen en voz alta, lo cierto es que se terminan cuando se escriben. Y yo lo escribí hace rato, para leerme entre líneas cuando me dispusiera a la bravura de mi propias confesiones, y ya no es lo que era y por eso, ha logrado atormentarme. Y para quitarme de la carne esa pequeña espina, que como no se ha despegado a tiempo ahora parece preferirme por sobre todas las carnes, tengo que legarla al viento. Ya no es mía, nunca lo fue aunque estuviera confundiéndose entre mis neuronas, y los sueños y la sangre. Ya no es mía. Y saberlo, más que tristeza, me otorga la fresca certeza de la libertad. 





¿Querés leer más?

0 están opinando

Subscribe